Ferias en las que no se compra ni se vende, se regala
Por Jesús Alfaro Águila-Real
A propósito de Pender, Casey and Gross, Till, The Potlatch as Memory: Ceremony and Gift-Giving along the Pacific Northwest (June 16, 2025).
La acción colectiva humana (comportarse un grupo como si fuera un individuo) tiene lugar a través de intercambios bilaterales y a través de organizaciones del trabajo en común. La distinción entre ambos – intercambios y trabajo en común – no es sencilla porque, a menudo, el trabajo en común se realiza por dos individuos, pero es útil porque los presupuestos y costes de una y otra forma de cooperación social son muy diferentes.
Sobre el concepto y sentido de la acción colectiva v., por todos, Robert Akerlof “We Thinking” and Its Consequences, American Economic Review: Papers & Proceedings 2016, 106(5): 415–419; Viktor J. Vanberg, Social Contract vs. Invisible Hand: Agreeing to Solve Social Dilemmas, 2004; Laurent Lehmann, Simon T. Powers and Carel P. van Schaik, Four levers of reciprocity across human societies: concepts, analysis and predictions, Evolutionary Human Sciences (2022), los tres trabajos están resumidos y comentados en esta, esta y esta entradas. Jesús Alfaro, El interés social. Una historia natural de la empresa, Revista de Economía industrial, Nº 398, 2015, págs. 41-54; “coalitional enforcement of kinship-independent social cooperation is the fundamental thing humans do” gracias a su capacidad individual de matar a distancia: “Cooperative punishment in a remote-killing animal evolves and is sustained entirely because of the moment-to-moment individual self-interest by each punisher. However, the only occasions on which individual self-interest can be thus pursued are when doing so is congruent with the interests of a large number of surrounding individuals, generally including remote kin or non-kin. Thus, the net effect of this very special set of individually self-interested actions is to generate a revolutionary new social environment: systematic kinship-independent cooperation”. Paul Bingham, Human Evolution and Human History: A Complete Theory, 2000; Jesús Alfaro, Introducción al Derecho, Almacén de Derecho, 2021; Jesús Alfaro, Juntos como hermanos, miembros de una iglesia, Almacén de Derecho, 2020, que resume Bo Winegard/Amanda Kirsch/Andrew Vonasch/Ben Winegard/David C. Geary, Coalitional Value Theory: an Evolutionary Approach to Understanding Culture, 2020: Recuérdese a Michael Tomasello sobre la socialidad humana basada en la interdependencia (Michael Tomasello, A Natural History of Human Morality, 2016): si mi compañero de búsqueda de comida es malo en sentido moral o en sentido de torpe buscando comida, o se pone malo, en el sentido de que no está disponible a menudo, los que busquen comida con él sufrirán su “maldad”. Y recuérdese también su afirmación (Michael Tomasello, The Moral Psychology of Obligation, 2019, resumido y comentado en Jesús Alfaro, La psicología moral de la obligación según Tomasello, Derecho Mercantil, 2019, de que la obligación como un artilugio evolutivo favorece la cooperación entre los humanos porque nos permite afinar en la selección de las contrapartes más cooperativas: “el sentido humano de la obligación es parte integrante de la naturaleza ultra cooperativa de los seres humanos. Evolutivamente, surgió del proceso por el cual las partes en un proyecto colaborativo – como cazar – se evaluaban unos a otros – y se preocupaban por la evaluación que recibirían ellos mismos de los demás – como compañeros en tales proyectos. Esto, en un contexto socio-ecológico en el que no ser aceptado como parte en los procesos cooperativos significaba la muerte”. Esta explicación de la cooperación humana basada en la interdependencia es preferible a la de Trivers – altruismo recíproco – porque “no hay que esperar a que pase un lapso de tiempo entre los favores recíprocos”. «yo te doy hoy y espero que tú me des mañana» Y no hay que esperar porque la relación entre los dos individuos no es una relación de intercambio sino una relación de ‘sociedad’, esto es, consiste en contribuir, ambos, a un fin común (la recolección de alimento). Esta interdependencia debió de conducir al desarrollo de sistemas mentales que permitieran a nuestros ancestros calibrar si sus compañeros de caza, por ejemplo, eran buenos o malos, esto es, calibrar “el valor relacional de un compañero potencial”. En Jesús Alfaro, Homo Oeconomicus, homo sodalis, Almacén de Derecho, 2016, hice una pequeña crítica de la tesis de Tomasello basada en que es preferible explicar las relaciones de interdependencia sobre la idea de “da cuando te sobre, pide cuando necesites” y que esa es la forma de desarrollar relaciones de intercambio, no relaciones de producción en común como es la de recolección de alimentos o la caza en grupo (aunque sea en pareja).
Los intercambios pueden verse como formas de coordinación. El intercambio más simple imaginable es el que se produce entre individuos que están relacionados o no genéticamente entre sí (parentesco) en forma de donaciones recíprocas de comida que se suceden en el tiempo como mecanismo de diversificación del riesgo (‘hoy por ti, mañana por mi’).
V., Jesús Alfaro, El origen de la golden rule: el primer intercambio, Almacén de Derecho, 2021 donde se resume Schnegg, M. Reciprocity on Demand. Hum Nat 26, 313–330 (2015). Sobre la importancia y efectos del parentesco sobre la evolución cultural de las sociedades humanas mostrando que mayor intensidad de los lazos familiares reduce el crecimiento económico V., Bahrami-Rad, Duman and Beauchamp, Jonathan and Henrich, Joseph and Schulz, Jonathan, Kin-Based Institutions and Economic Development (August 25, 2022) y Joseph Henrich, The WEIRDest People in the World: How the West Became Psychologically Peculiar and Particularly Prosperous, 2020, hay traducción española y más trabajos de estos autores resumidos en Jesús Alfaro, El artículo científico más importante de 2019, Derecho Mercantil, 2020.
El problema es que un sistema de intercambios basado en donaciones recíprocas escala muy mal. Requiere interacciones frecuentes entre donante y donatario para ser sostenibles. El problema para escalar es el de la «memoria», esto es, recordar si el que hoy recibe el regalo ofreció, en el pasado, regalos al ahora donante. El dinero es, en este sentido, «la memoria de las transacciones» descentralizadas (Kocherlakota (1998) y la contabilidad la de las transacciones centralizadas (las que se realizan por muchos con un mismo nexo, por ejemplo, las transacciones entre la taberna de la aldea y los campesinos que en ella beben cerveza). El dinero permite la compraventa entre desconocidos y la contabilidad permite que se dé crédito a los miembros de un grupo siempre que éstos tengan costes de ‘salida’ elevados, es decir, que si no pagan, no les quede otro remedio que exilarse so pena de sufrir severas sanciones colectivas.
V., Jesús Alfaro, La contabilidad es la memoria de las transacciones pero, sobre todo, la memoria de las personas jurídicas, Almacén de Derecho, 2023. La contabilidad está estrechamente relacionada con la aparición de la escritura. La escritura aparece ligada a las fichas que se usaban para llevar cuenta del pago de tributos al templo (v., Denise Schmandt-Besserat, Tokens and Writing: The Cognitive Development, 2009).
Por tanto, en economías que no hacen uso de dinero ni de la escritura, como eran las precolombinas del Noroeste del Pacífico americano, pero que superan los niveles de subsistencia y, por tanto, tengan espacio para la especialización entre distintos grupos que comparten una cultura común, se pueden escalar los intercambios si esos grupos humanos disponen de un mecanismo colectivo y alternativo al dinero o a la escritura que funcione como una ‘memoria’ de las transacciones. Esta memoria debe permitir a todos los miembros del grupo entre cuyos individuos se producirán intercambios saber quién reciproca y quién no lo hace. Y ha de articularse colectivamente para que el equilibrio – cooperar reciprocando – lo sea.
Los autores nos cuentan que esta es la función que cumplían unas fiestas periódicas llamadas potlatch (que podríamos traducir por “ferias” o “mercados”) que celebraban periódicamente – a veces hasta diariamente – los indígenas del Noroeste del Pacífico americano, la región que va desde Alaska hasta el norte de California que, antes de la llegada de los europeos, constituía la región más poblada y próspera de América del Norte. De hecho, se pone como caso para sugerir que los modelos antropológicos según los cuales los cazadores-recolectores se desenvolvían en economías de subsistencia pueden no ser completamente correctos. Los indígenas del noroeste del Pacífico tenían excedentes – «da cuando te sobre» – y desarrollaron actividades económicas que iban más allá de la caza y la recolección. Singularmente, establecieron «granjas de salmones», es decir, desarrollaron técnicas cooperativas para evitar la tragedia de los comunes y la extinción de la especie que constituía una fuente central de proteinas. Igualmente, se especializaron geográficamente en la producción de herramientas, tejidos y canoas que eran objeto de intercambio. Pero estos pueblos indígenas no desarrollaron la escritura ni conocieron el dinero, de manera que, a semejanza de todos los demás pueblos cazadores-recolectores, recurrieron al intercambio de regalos como mecanismo de seguro pero, singularmente, lo utilizaron también a gran escala para promover la especialización y aumentar el volumen de intercambios. Lo fascinante es que lograron hacerlo colectivamente, esto es, no existían intercambios individuales. En el seno de cada feria o potlatch, cientos o miles de bienes cambiaban de manos.
Recuérdese la metáfora del estómago de los vecinos como refrigerador ‘social’, donde almacenar los excedentes de un cazador o grupo de cazadores exitoso. Invitar al refrigerio a los vecinos aumenta la probabilidad de que los vecinos reciproquen cuando la situación se invierta V., Jesús Alfaro, En el principio, fue el aseguramiento de los riesgos, Derecho Mercantil, 2021.
Los potlatch como institución que facilita la reciprocidad
La clave es que estos potlatch tenían, en cada ocasión, un anfitrión diferente. Las distintas aldeas o comunidades locales se sucedían en el papel de anfitrión. Es fácil recordar cuándo fue la última vez que te invitaron los de la aldea X y cuándo fue la última vez que tú invitaste a los de X pero es imposible acordarse de si uno entre mil te donó un salmón cuando tenías hambre. Por eso, lo extraordinario de esta institución es su carácter colectivo. Porque el carácter colectivo resuelve el problema informativo que acabo de explicar y, a la vez, actúa como un mecanismo de enforcement brutalmente efectivo sobre los individuos que forman parte de cada una de las comunidades locales. Si un miembro de una aldea no hacía su parte, la reputación de toda la aldea – que ofrecería regalos pobres en el siguiente potlatch – se resentiría y toda la aldea sería ‘castigada’ en forma de regalos más pobres cuando fueran ellos los invitados a la feria organizada por otra aldea.
V., Sancionar al grupo para inducir el cumplimiento individual, Derecho Mercantil, 2014, donde se resume Christopher Kingston, «Governance and Institutional Change in Marine Insurance, 1350-1850«, European Review of Economic History 18(1), February 2014; Ogilvie, Sheilagh and Carus, André W., Institutions and Economic Growth in Historical Perspective: Part 1 (June 25, 2014); Sobre la importancia de la «división del trabajo» entre decisiones individuales y decisiones colectivas en la evolución de nuestra psicología v., Jesús Alfaro, Por qué los Estados contemporáneos son tan grandes: porque la evolución no nos enseñó a tomar buenas decisiones individuales sobre los riesgos vitales, Derecho Mercantil, 2021, donde se resume y comenta Saez, Emmanuel. 2021. «Public Economics and Inequality: Uncovering Our Social Nature.» AEA Papers and Proceedings, 111: 1-26
Cuanto más frecuente fuera la celebración de un potlatch – y se nos dice que podía haber una feria en la región casi cada día – mayor la posibilidad de la reciprocidad por parte de los que habían recibido regalos en una de ellas y mayor control sobre los gorrones. Si la celebración del potlatch era conocido en un área geográfica determinada, permitiría extender más allá de los vecinos el intercambio de regalos que se considera la primera forma de intercambio. Y se nos dice que
“el potlatch casi nunca era un evento local confinado a una sola comunidad o aldea. Al contrario, existían potlatch como parte de extensas redes interconectadas que se extendían cientos de kilómetros a lo largo de la costa noroeste del Pacífico. La gente viajaba grandes distancias para participar en potlatches organizados por grupos distantes. Como tal servía de gran foro para la redistribución de bienes, asegurando que los recursos fluyeran a lo largo de la costa en lugar de concentrarse en un solo lugar. La entrega de regalos a través del potlatch dominaba la organización del intercambio económico.
Los autores describen así los potlatch
El proceso comenzaba cuando un anfitrión potencial —normalmente un jefe o persona de alto rango— declaraba públicamente su intención de celebrar un potlatch. Este anuncio (que podía hacerse con meses o incluso años de antelación) especificaba el propósito del evento, que podía incluir desde celebrar un matrimonio, conmemorar una muerte, dar gracias a la naturaleza, resolver disputas o transmitir nombres y posiciones sociales hereditarias, entre otros motivos. Los preparativos podían iniciarse incluso antes del anuncio formal y eran exhaustivos y comunales. El anfitrión acumulaba bienes para distribuir durante el potlatch: mantas, alimentos, canoas, escudos de cobre y otros objetos valiosos.¹⁷ Los familiares desempeñaban un papel crucial en esta fase, al reunir recursos, confeccionar objetos y preparar el evento. Para danzas y rituales, se elaboraban atuendos ceremoniales, máscaras y decoraciones (si no se poseían ya). Paralelamente, se recolectaban, cazaban o conservaban grandes cantidades de alimentos para atender a los invitados. Al comenzar el potlatch y con la llegada de los invitados, estos solían recibirse con cantos, danzas y saludos formales. La comunidad anfitriona proporcionaba alojamiento, generalmente en casas comunales o con familias locales. Aunque el tamaño variaba según el estatus del anfitrión y el motivo, llegaban a ser muy grandes: solía haber cientos de invitados, e incluso se documentan potlatches con miles (Loo, 1992). Para los más numerosos, algunos invitados viajaban cientos de kilómetros —principalmente en canoa por la costa o ríos— desde Naciones distantes (Benedict, 1934). Una vez iniciada oficialmente, la ceremonia podía prolongarse semanas o meses. Los festines constituían un elemento central, con comidas elaboradas a base de salmón, marisco, caza y bayas, entre otros. La abundancia y calidad de la comida servía como demostración tangible de la generosidad del anfitrión. Estos banquetes facilitaban la socialización, permitiendo a los invitados interactuar, fortalecer alianzas e intercambiar noticias. Como se ha indicado, las danzas tradicionales, la narración oral, los sainetes, la música y el canto eran también esenciales. Los intérpretes lucían máscaras y atuendos que representaban espíritus, animales o seres ancestrales, y ejecutaban danzas que transmitían historias y narrativas culturales. Se relataban historias orales que preservaban conocimientos sobre potlatches pasados, entre otros eventos. Tambores, cánticos y cantos acompañaban estas representaciones, potenciando su impacto emocional y espiritual, así como su permanencia en la memoria. Finalmente, el anfitrión distribuía regalos entre los invitados. Estos no eran meros obsequios; los anfitriones competían por regalar lo máximo posible, ya que el prestigio se medía por la magnitud de lo distribuido. El acto de entrega estaba rodeado de solemnidad, y los receptores también participaban activamente, respondiendo con discursos expresivos de agradecimiento que reconocían la generosidad del anfitrión. El potlatch concluía tras la distribución pública de todos los regalos y su reconocimiento por los receptores.Todos los rituales celebrados durante el potlatch servían para preservar los acontecimientos en la memoria colectiva y reforzar la cultura común de grupos geográficamente dispersos, «al codificarlos en cantos, danzas y arte escénico para generar una memoria social del pasado».
Así describió un testigo occidental uno de estos potlatch:
«Una vez congregados todos los invitados, los objetos se exhibían en las paredes, sobre postes y cuerdas, o se apilaban en el suelo hasta formar un gran montículo. El anfitrión —de pie o sentado, ataviado con su indumentaria ceremonial— presidía la ceremonia empuñando el bastón ritual. El heraldo hacía sonar una llamada… anunciaba el inicio del acto con un discurso que ensalzaba la generosidad y destreza del anfitrión, tras lo cual proclamaba un nombre e indicaba el regalo correspondiente. Un asistente recogía el obsequio y lo depositaba ante el destinatario, donde permanecía hasta honrar a todos los convocados, mencionándose los nombres uno a uno. Al anunciar cada nombre, el anfitrión asentía con solemnidad y golpeaba el suelo con su bastón… Entonaban una canción, se ejecutaba una danza y los invitados se dispersaban, aunque con frecuencia se reanudaba todo el ceremonial en la siguiente casa comunal, repitiéndose así sucesivamente hasta que toda la comunidad contribuía a prolongar el acontecimiento, con el fin de que perdurara en la memoria y se transmitiera por tradición como un hito en la historia del pueblo.»
– Niblack (1890)
Y, en algo que nos recuerda al análisis de las funciones de la forma en la contratación en el Derecho Romano de Ihering, un antropólogo escribió que
“los indios no tienen un sistema de escritura y, para dar seguridad a las transacciones, las ejecutan en público. Los regalos se entregan públicamente y con gran ceremonial, como una forma de registrarlos”
con una multitud de personas como testigos.
Los autores demuestran que estos potlatch permitieron escalar los intercambios y fomentaron la especialización entre los distintos grupos que, dispersos geográficamente, pertenecían a la misma cultura y, con ello, contribuyeron al desarrollo económico de esa zona geográfica y a que viviera por encima de los niveles de subsistencia incluyendo el desarrollo de innovaciones en la explotación de los recursos naturales. Esta es la teoría económica detrás:
Partimos del supuesto de que, en ausencia de redes de regalos, los agentes solo intercambiarán bienes mediante trueque directo; es decir, exclusivamente en encuentros caracterizados por una doble coincidencia de necesidades. Este supuesto es estándar en la literatura sobre búsqueda monetaria y está bien fundamentado, pues enfatiza que, sin mecanismos de registro —y por tanto de reputación—, los agentes carecen de formas creíbles para garantizar la reciprocidad o evitar el aprovechamiento en encuentros de coincidencia simple (free riding, cheating). En otras palabras, al no existir registro ni memoria de sus acciones, un agente que regale bienes en un escenario de coincidencia simple no tiene garantía de reciprocidad futura, lo que socava los incentivos para participar en dichos intercambios.
La literatura estándar sostiene que la introducción del dinero suele superar este problema. Sin embargo, limitamos nuestro análisis formal a arreglos no monetarios para reflejar el hecho histórico de que no se utilizaba dinero en el Pacífico Noroeste. Posteriormente, introducimos la memoria social como tecnología de registro que relaja este supuesto y permite intercambios de coincidencia simple mediante redes de regalos sostenidas.
Las comunidades —no los individuos— son las unidades que toman decisiones (lo que exige algún tipo de organización ‘corporativa’ en cada una de las aldeas)… Por ejemplo: siempre es racional para un individuo no especializarse si nadie más se especializa pero si todos los demás se especializan, es racional especializarse y nunca es racional unirse a una red de regalos recíprocos individualmente. Hay que hacerlo en grupo.
En otras palabras, el registro de las ocasiones en las que se han producido los regalos – la memoria – hace sostenible la red de regalos recíprocos entre los miembros. En el marco dinámico de horizonte infinito de Kocherlakota (1998), esto ocurre porque la memoria permite observar —y por tanto castigar— a los aprovechados (quienes reciben pero no dan dones). Bajo parámetros específicos, la amenaza de castigo basta para inducir a todos a entregar dones cuando tienen oportunidad.
Cuando existe registro (incluso aunque el registro sea costoso como lo eran estas ferias), la especialización resulta más atractiva porque reduce los costes de transacción ya que permite intercambios en encuentros de coincidencia simple.
Dicen los autores que
si hay una aldea cerca que está integrada en una red de regalos, las próximas a ésta tienen incentivos para especializarse
(en producir algo que podrán intercambiar a través de la red de regalos si saben que podrán unirse a la red de regalos o que pueden intercambiar con la aldea vecina – que sí pertenece a la red – aunque no participen en la red de regalos. Es decir, cada una de las aldeas participantes puede actuar, a su vez, como amplificador de los intercambios con las aldeas próximas a ellas que no están integradas en la red de regalos. Así las cosas, es coherente que
«la sostenibilidad de las redes de regalos entre comunidades se deteriore o sea inversamente proporcional a la distancia (geográfica o cultural). Dado que estas redes incentivan la especialización, permiten explotar la división del trabajo para mejorar la productividad, la riqueza y el bienestar general. En síntesis, existe una complementariedad entre dones y especialización: las redes sostenidas de regalos y la especialización pueden aumentar la producción y el consumo. Las inversiones en memoria social pueden así incrementar la riqueza y el bienestar.
Y encuentran que
en el Pacífico Noroeste, se alcanzaron altos niveles absolutos de riqueza en comunidades potlatch y mejores niveles de bienestar en términos relativos, esto es, frente a comunidades sin potlatch. La riqueza derivada de la explotación de los rios salmoneros no existía per se sino que se creó institucionalmente… Desarrollaron técnicas para transportar huevas en cajas con musgo húmedo y poblar arroyos antes improductivos. Además, aplicaron métodos de cría selectiva —como la cosecha preferente de salmones machos, así como de ejemplares más lentos y pequeños— para generar migraciones futuras de salmones más grandes, rápidos y abundantes. De hecho, dada la eficiencia pesquera costera (por especialización, desarrollo tecnológico y capital humano), unida a las poblaciones excepcionalmente grandes, el agotamiento de recursos habría sido inevitable sin instituciones que gestionaran y preservaran los recursos comunales.
Los europeos no entendían nada y acabaron prohibiéndo los potlatch porque creían que los que todo regalaban acabarían teniendo que mendigar, y ya habían sufrido bastante a los mendicantes en la Europa medieval.